CAPÍTULO SEGUNDO DEL NUEVO LIBRO

            Sigue y se alarga el confinamiento y sigo viviendo mi vida fragmentada. Por un lado recogiendo y sosteniendo todas las vídeo llamadas de pacientes que están viviendo una pesadilla que no eligieron y transitando yo misma todo lo que me cuentan sin algo que hasta ahora parecía imprescindible para una buena terapia: el estar junto a esa persona, el contacto en un momento dado, el abrazo…Pero se puede. Todos estamos aprendiendo a actuar de otra manera, a adaptarnos al cambio, a seguir…

Por otro lado las clases de teatro terapéutico para jóvenes que empecé a impartir como facilitadora de la mano de «El teatro como oportunidad» en octubre, y que ahora las hacemos on-line, me dan alas, fuego, aire y vida. Y los retos con mi grupo del master de teatro me hacen seguir construyendo en casa esa magia que muchos piensan que solo existe sobre un escenario. El teatro está dentro de uno mismo, solo hace falta saber tocar el botón de la creatividad para que salga hacia fuera.

Y el último fragmento es el silencio, el ir hacia dentro, el estar aquí y ahora solo y exclusivamente conmigo. Ahí es donde puedo escribir y mostrar todo lo que llevo dentro a través de mis dedos.

Ahí puedo ver el aprendizaje de toda esta locura, expandir mi generosidad y entender, más que nunca, que el latido de nuestros corazones laten al unísono…

Este es el segundo capítulo de mi nuevo libroAhí va

2

 

Siempre fue una niña especial, diferente, había algo en ella que hacía que las demás  sintieran una envidia inconfesable, mezcla de celos y temor. Además de ese algo abstracto que flotaba en el ambiente, encima era bonita. Su madre le hacía unas trenzas que le caían por delante llegándole casi hasta la cintura, y el color de su pelo bajo el sol parecía haber sido rociado por un baño de oro.

      Además de bella, Nora, era inteligente. Usaba su mente privilegiada para conseguir siempre lo que quería, pero sin que nadie se diera cuenta, sin proponérselo. Ya desde muy pequeñita era la reina y señora de su mundo, el centro de todo su pequeño universo.

      El poder que tenía sobre los demás era impalpable, sutil, ni siquiera, al principio, fue consciente de poseer esa atracción. Era normal que todos la adoraran, que sus amigas fueran sus servidoras, que sus compañeros de clase fueran sus esclavos.

Sin embargo, no por eso se aprovechaba de ellos, nada más lejos de la realidad, por lo menos los primeros años. Nora los adoraba de la misma manera que la adoraban a ella, era generosa y jamás les hacía daño intencionadamente, los amaba porque eran parte de ella y porque cuando daba su amistad, la daba para siempre.

      Muchos años después, cuando ya había dejado de llevar trenzas y cuando todos aquellos compañeros habían dejado de ser niños, adolescentes, para transformarse en médicos, maestras, amas de casa…, se dio cuenta de que a pesar de tener sólo en común unos cuantos años de instituto y de que su vida hubiera transcurrido dispar a la de ellos, eran los únicos amigos que le quedaban, a los que veía una o dos veces al año y cuyas reuniones se reducían normalmente a recordar viejas anécdotas, travesuras mil veces ya recordadas, pero amigos, en definitiva, desinteresados, que le hacían incluso conmoverse, que ignoraban gran parte de la historia de su vida, pero amigos, que amas a pesar y por encima de todo, simplemente por mil detalles compartidos.

      Y ella los quería, incluso cuando a solas recordaba viejos momentos, y a pesar de tenerlos lejos, aunque no los viera, pero sabiendo que allí estaban, en ese número de teléfono, en esa calle, en ese piso compartido. Y los quería más todavía cuando venía la culpa a visitarla por no haber crecido igual que ellos aunque lo hiciera a su lado, de no haberles comprendido cuando tenían quince años y los encontraba a todos tan rematadamente críos y a ellas tan rematadamente tontas.

      Tenían las mismas asignaturas y los mismos profesores, los mismos años, los mismos problemas escolares, y sin embargo que diferente era ella, su mundo, su vida, su propio pensamiento. Era como si hubiese nacido diez años antes, como si hablaran idiomas diferentes, como si respiraran aires distintos, y sin embargo, se sentía bien con ellos, pero eso si, sólo durante el tiempo de clase, cuando terminaban ella se iba a su mundo de discotecas, a las cuales entraba falsificando el carnet de identidad, salía con chicos que solían llevarle cuatro o cinco años, los cuales casi siempre venían a recogerla a la salida del instituto con una moto despampanante o con el coche deportivo de turno.

      Jamás lograron sus compañeros de clase, como Nora los llamaba, convencerla para salir con ellos un domingo por la tarde, o ir al cine. Mientras las chicas del grupo se conformaban con salir con chicos del mismo grupo y se preocupaban de consolidar esas relaciones, ella sentía la necesidad de buscar rostros nuevos, más mayores, diferentes.

      Veía como se iban haciendo parejitas entre los de su clase de quinto de bachillerato, le hacía gracia verlos indecisos por el patio cogidos de la mano, en un partido de balonmano sentados apretados uno contra el otro, vigilarlos durante la hora de química mientras se miraban tiernamente…, no los criticaba, no, simplemente se sentía incapaz de imitarlos, de llevar la misma rutina, de hacer siempre las mismas cosas con la misma persona desde tan temprana edad.

      A veces los miraba desde un rincón y los envidiaba, ¡se veían tan enamorados!, ¿era eso el verdadero amor?, pero automáticamente pensaba, “¡bah, si son unos críos, no saben ni lo que es el amor!”, como si ella fuera una experta en algo que sólo conocía en sueños. Simplemente esto no era para ella. Por eso ya desde que tenía catorce o quince años, creció con la idea de que ella no era normal, que siempre sería diferente. Bueno, ella y Olivia, su mejor amiga, su confidente que además era tan “anormal” como Nora. Crecían repitiéndose una a la otra la misma frase: “nosotras no somos normales,¿no ves a las demás ?”.

      Por eso, cuando sus compañeros les suplicaban que fueran a la fiesta de fulanito, siempre se encontraban enfermas, o tenían que estudiar, o estaban castigadas. Pero en cuanto llegaba la hora corrían hacia rumbos opuestos. Era como jugar al escondite, cuando a veces se encontraban ya de vuelta a casa con alguien conocido en el autobús que pudiera “chivarse” al grupo, Nora sufría. Al día siguiente antes de que alguien le dijera: “ayer era mentira que estuvieras enferma”, se anticipaba diciendo que aquel dolor de cabeza tan terrible se le había pasado y había decidido ir al cine en el último momento.

      En el fondo, se lo creyeran o no, a casi todos les daba lo mismo, cada oveja estaba con su pareja y ya empezaban a conocer sus trapicheos. A veces pensaba que sería mejor contarles la verdad y explicarles sus motivos y sus razones, pero… ¿cómo podía explicar algo que ni ella misma entendía?, ¿cómo explicarles que necesitaba vivir de otra manera diferente a la suya? ¿que necesitaba ponerse colorete, lápiz azul en los ojos, rojos los labios para aparentar ser mayor ? ¿que le gustaban los hombres mayores que ella y que a ellos los encontraba niños ?.

      A casi todos les daba igual lo que hiciera Nora un domingo por la tarde, lo importante es que el lunes estuviera allí como cada día, y que Olga pudiera contarle lo que le pasó con Juan, y que Lidia le confíe el secreto de que Luis le había pedido para salir. Nada era igual en el Instituto sin ella, era como la madre de todos, la que guiaba el rebaño, la imprescindible, las chicas tenían en ella una fe ciega, hacían lo que ella decía, se vestían como ella lo hacía, hablaban como ella hablaba. Nora era la luz. Y tampoco le importaba que algunas malas lenguas dijeran que era una ególatra, dominante y narcisista que lo único que le importaba era ser el centro de todo. Eran personas que no la conocían, ella sabía que todo lo hacía por amor, por ayudar al prójimo y eso le daba una inmensa satisfacción.

      A casi todos les daba igual lo que hiciera Nora mientras ella estuviera allí cuando la necesitaran, a casi todos, menos a Roberto.

      Al igual que ella, era el líder masculino del instituto, el dios a quien imitar. Se prendó de ella el primer día que la vio aparecer por Secretaria con aquellas largas coletas que le caían por delante. A pesar de ser un niño, ¿cuántos años tendría, diez, once?, se enamoró de ella locamente, de una manera infantil primero, de una manera adolescente, deseosa y platónica después, y por último de una manera ciega, perdida y madura. Nora era el único amor de su vida, de esos que casi ya no existen, esos que, ella misma reconocía a través de los años eran tan difíciles de encontrar.

      Roberto fue primero un niño un poco pesado y pegajoso que quería ir colgado de sus faldas todo el santo día, después pasó a  ser aquel adolescente moreno, guapo, triunfador, deportista, que le declaraba su amor siempre que podía y que continuaba deseando ir colgado de sus faldas todo el día. Que intentaba convencerla para ir a la playa, al cine, a donde fuera con tal de poderle coger la mano y decirle que por qué no lo intentaban, que estaba convencido que resultaría.

      Nora lo adoraba, le quería como a un hermano pequeño aunque tuvieran la misma edad, estaba tan acostumbrada a oír de sus labios que la quería, que había veces que apenas lo escuchaba, en cambio otras se divertía tremendamente haciéndole rabiar o haciéndole anidar falsas esperanzas que él jamás creía. Nunca se le pasó por la imaginación tener algo con Roberto que pasara de ahí, sin embargo su vida sin él hubiera carecido de sentido. Era parte de cada día que le rogara un poco, o que se hiciera el mártir, o que quisiera besarla en la mejilla casi a la fuerza, todo formaba parte ya de la historia diaria.

A partir de esta relación tan entrañable para Nora y tan complicada para él, pasaron a ser inseparables. Todo parecía estar confabulado para que ellos se unieran, para que fueran algo más que simples amigos. Pero Roberto a pesar de sus pocos años, era inteligente y sabía que para ella era sólo un peón de su ajedrez, sabía que no pararía hasta encontrar al rey, hasta alcanzar lo que ni ella misma todavía sospechaba. Sabía que le quería, pero también sabía que Nora quería a casi todo el mundo.

      Y la veía crecer a su lado, cada día más hermosa, más segura de sí misma, más deseosa de conocer, arrebatar y apropiarse de todo aquello que pudiera, de vivir de una manera que ni él mismo comprendía. Porque  jamás hablaba de lo que hacía fuera del instituto, de donde iba, de con quién salía, jamás le contaba nada, era como una tumba, cuando él introducía el tema ella lo desviaba, reía como una loca y acariciándole suavemente las orejas le decía : ¡curioso !.

      A veces Nora deseaba llegar y contárselo todo, con quién había ido, donde había estado, sus ilusiones, sentimientos…, pero luego se atascaba, las palabras le subían a la garganta y allí morían, ahogadas, en silencio. ¿De qué tenía miedo ? Veía a Roberto tan puro, tan diferente a todos, tan frágil y sensible, que a pesar de reírse tantas veces de su amor infantil, según ella, pasajero, en el fondo tenía miedo de romperlo, de dañarlo.

Pero él,¡cómo empezaba a conocerla ! No hacía falta que ella hablara, sus ojos lo hacían por sus labios, sus risas nerviosas, sus miradas huidizas que buscaban refugio en cualquier objeto. Tenía todas las respuestas en sus mentiras, en esos jóvenes que venían a recogerla con aquellas motos con las que él siempre había soñado, en esas conversaciones cazadas al vuelo y en esas lágrimas a escondidas…, tenía todas las respuestas, todas, menos una: ¿por qué?

Y a Nora, también le dolía porque se daba cuenta de que todo era una comedia mala y provinciana en la que ella era la protagonista. Que su amigo, su gran amigo, no lo era tanto si ella le ocultaba tantas cosas, aunque no fueran malas. Pero todo había pasado a ser una costumbre, una rutina, casi un juego, “de esto que no se entere Roberto”, le decía a Olivia, y luego, hacía lo imposible para que él, siempre al acecho, se enterara de “eso” cuando conversaba con su amiga. Si, esa era la palabra adecuada, un juego, del cual a veces disfrutaba en extremo, y otras, se hartaba, asqueada de jugar. Entonces se sentaba pensativa y trataba de convencerse: “¿por qué no podría resultar? Hacemos una bonita pareja, y lo bien que nos llevamos, y lo que me quiere, seguro que llegaríamos a casarnos, podríamos intentarlo”. Y se culpaba a si misma de no estar enamorada de él, como si eso fuera una obligación, una necesidad, y se ponía hasta furiosa al pensar lo bonito que sería quererlo, sin embargo, ¡qué imposible, que irremediablemente imposible!

Roberto fue durante toda su vida su único y verdadero amigo, su confidente, su “todo”, como ella lo llamaba. Lo llegó a ser todo menos una cosa: su amante.

Continuará…

 

Una respuesta

  1. Dolores Jaen Aguilera dice:

    Me va gustando mucho

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